martes, 24 de septiembre de 2013

El Catalán y los catalanistas. Cataluña bilingüe

En diciembre de 1902, Menéndez Pidal tiene que poner coto a los excesos de los catalanistas, un primer esfuerzo para frenar la gangrena que supone el espíritu secesionista en la vida española. Sucesivamente Ortega y Gasset y Julián Marías han tenido que seguir luchando, en un trabajo que parece no tener fin.

                       El Imparcial                        15  de diciembre de 1902

         
                                          EL CATALÁN Y LOS CATALANISTAS

El sabio académico de la Española y Catedrático de Filología comparada de la Universidad Central, don Ramón Menéndez Pidal, nos favorece enviándonos el notable artículo que a continuación publicamos.

            Inspirado en el mensaje de los catalanistas al rey es, no obstante la perentoriedad con que ha sido escrito, un estudio acabado y completo y una crítica  definitiva y abrumadora de las singulares doctrinas que, respecto al catalán y al castellano, defienden en Barcelona espíritus poco enterados de la historia y de la filología. Nadie con más autoridad que el Sr. Menéndez Pidal para consignar estos juicios, acerca de lo que llamamos la atención de todos.



                                   CATALUÑA  BILINGÜE




            El sabio catedrático barcelonés D. José Balary y Yovany, tan amante y tan conocedor de su tierra, publicó un artículo titulado Cataluña Bilingüe, en el que estudia la necesidad que tienen los catalanes de hablar los dos lenguajes, catalán y español, y apunta los métodos y libros de que se han de valer los maestros para enseñar cumplidamente el idioma nacional. Esta opinión seria y la aspiración de los representantes más ilustres de la ciencia y de la enseñanza en Cataluña, pero suena a herejía en los oídos de los catalanistas más exaltados. Es cierto que alguno de éstos concede que Cataluña debe ser bilingüe; pero hé aquí en qué términos: usará el español privadamente, como lengua comercial para ver de explotar a Castilla y América, y el catalán en todos los demás usos de la vida; “es molt practic coneixe la llengua dels paisos amb els quals se comercia”.


            El mensaje que los presidentes de las Sociedades Económicas de Barcelona acaban de presentar a S. M. Procura hacer resaltar lo exótico que es el español en Cataluña, como si fuesen dos lenguas sin semejanza ninguna gramatical, sin relación ninguna histórica; como si su contacto y compenetración no tuviera razón alguna de ser, sino la imposición administrativa, que califica de agravio. En suma, sin que el mensaje cite  el programa catalanista fechado en Manresa, Mayo de 1894, sostiene en su artículo que dice: “la lengua catalana será la única que con carácter oficial podrá usarse en Cataluña y en las relaciones de esta región con el poder central”. Se mira, pues, como una injusticia el obligar al catalán a tolerar a su lado un idioma nacional, y la idea de esta injusticia se funda en una creencia ciega en la superioridad e independencia del catalán respecto del castellano, apoyada en argumentos históricos.
                                                                       
                       
            No se olvide que el catalanismo, ora templado, ora fanático, es doctrina de ( No se entiende ) y enamorados de las antigüedades catalanas; así no extrañará ver del lado fanático un Catecismo Catalanista apoyando el citado artículo de Manresa con la afirmación histórica de que el catalán tuvo antiguamente más importancia histórica que el castellano, pues “en catalán se dirigían a las Cortes de la “Confederación catalano-aragonesa (y perdone el Reino Aragonés este largo mote novísimo) aquella serie de reyes ilustres, cuando la Corona de Aragón era la primera potencia del Mediterráneo”. Es sensible que habiéndose tenido que juntar dos autores para escribir este Catecismo, ninguno de los dos conociera bastante la historia de su tierra; sería bueno que el uno hojease, por ejemplo, la colección diplomática de Campmany o de Bofarull, y el otro los Comentarios de Blancas, y allí verán que las Cortes de la “Confederación catalano-aragonesa” jamás tuvieron como lengua oficial el catalán; que los reyes de Aragón, aun los de dinastía catalana, empleaban el catalán solo en Cataluña, y usaban el español no solo en las Cortes de Aragón, sino en las relaciones exteriores, lo mismo con Castilla o Navarra que con los reyes infieles de Granada, de África o de Asia, pues aun en los días de más importancia de Cataluña el español se imponía como lengua del reino aragonés y el catalán se reservaba para los asuntos peculiares del condado catalán.


            Pero prescindamos de la vida política para fijarnos en la literaria. En el siglo XII un provenzal, Rimbaldo de Vaqueiras, en una de sus poesías escritas en diversos idiomas, quiso incluir una muestra de un lenguaje peninsular. Pues bien, no crea el Catecismo citado que escogió como muestra el catalán (que al fin era el que tenía más cerca) sino el castellano, por la sencilla razón de que, mientras los poetas catalanes no sabían aún escribir sino en una lengua extraña, en provenzal, ya el castellano ostentaba una robusta y singularísima poesía épica, altamente nacional, mucho antes de que Berceo y Alfonso X lo elevasen a una primitiva perfección literaria. Por el contrario, hasta muy a fines del siglo XIII no empezaron los catalanes a querer dignificar su lengua para la poesía, y cuando lograron una lengua poética, la llamaron “lemosina”, para indicar su esfuerzo de imitación extranjera y su desdén por el “pla catalá”. ¡Por esto, sin duda, el Catecismo enseña que el catalán estaba ya en esplendor cuando el castellano no daba señales de vida!!


                                                            *

                       
                                   
            Pero dejémonos de historias. Si he citado este Catecismo, es porque tiene valor oficial dentro del catalanismo, ya que fue premiado en un certamen de Sabadell. ¡Y lo que dice de la lengua catalana es más atinado que todo el resto, lleno de exaltación, odio y orgullo!
            Además la pretensión de los catalanistas se funda en la creencia de que el catalán nada tiene que ver históricamente con el español. Esto lo declaró un obispo barcelonés definiendo la fonética del catalán: “Toda nuestra prosodia, dice, es franco-italiana, no castellana”, en consecuencia la predicación debe hacerse en catalán, no en español. Yo, aun con temor de disentir de la fórmula fonética pastoral, tengo por más acertada la fórmula que dan los romanistas: al catalán le falta el sonido de u francesa, que es el que caracteriza el grupo lingüístico hablado en Francia, Provenza y el Norte de Italia.

            Aunque los exaltados crean que el catalán no tiene más relación histórica con el español que la que le impone la presión gubernamental de Madrid, es lo cierto que vivió desde su origen en íntimo comercio con el castellano o el aragonés. No ya a partir de la fecha en que Fernando de Antequera y la dinastía de Castilla dieron a la corona de Aragón su más alto grado de esplendor; antes del admirable compromiso de Caspe, tan maldecido por los exaltados, el catalán se castellanizaba o aragonesaba profundamente, no admitiendo tales o cuales palabras sueltas, sino alterando su estructura, su declinación, su sistema de partículas, baja el influjo del idioma que desde sus comienzos manifestó el espíritu expansivo que le había de extender por España y América. Aunque el catalán escrito resistiese más tiempo a estas innovaciones, el hablado las admitía francamente, y buen testimonio de ello es la colonia catalana que en 1354 pobló la ciudad de Alguer de Cerdeña; esta población continuó aislada hablando catalán, y hoy, después de seis siglos, los filólogos estudian su lengua, notando en ella los muchos aragonesismos  y castellanismos que los catalanes del siglo XIV usaban; lo cual prueba que el catalán antiguo no era una lengua tan soberana e independiente como los catalanistas gustan de creer.


            Lo que ya no pueden desconocer es el hecho de que la castellanización del catalán fue inmensa a partir del último tercio del siglo XV. Entonces la poesía catalana, que había empezado a florecer treinta o cuarenta años antes, decaía notablemente, no sólo en Barcelona, donde nunca había brillado mucho, sino en Valencia, que era la capital intelectual de la zona catalano-valenciana. Los poetas de Levante, cansados de la disciplina erudita de una escuela amanerada, se acogieron gustosos a escribir en castellano, atraídos a un centro superior de cultura y de vida nacional fresca y exuberante. Para gloria común, basta recordar lo mucho que la literatura española debe a los poetas valencianos y catalanes, desde los que figuran en los cancioneros de Estúñiga o del Castillo hasta Boscán y el sinnúmero de escritores que hicieron de Valencia uno de los más activos focos de cultura española, como Timoneda, Gil Polo, Cristóbal de Virués, Micer Andrés, Rey de Artieda, Tárrega, Gaspar de Aguilar, Guillén de castro, etc. A imitación de estos autores que aspiraban a una gran difusión literaria, también los de libros de historia local, como Gerónimo Pujades, se apresuraban, con buen acuerdo, a despojar sus obras de la materna envoltura del catalán para sacarlas a la luz del idioma español.


            Y no sólo tocaba la castellanización a la clase elevada, a los literatos y eruditos; sino que el pueblo, que jamás había comprendido la fría escuela lemosina, al sentir ahora el inflamado aliento de una literatura nacional. Despertó de su largo sueño y concibió una poesía popular rica y variada, como hasta entonces no había tenido. Aprendió de memoria los romances castellanos, y los repitió sin cesar, como modelo admirable; de tal suerte que luego, al imitar su metro y su estilo en lengua catalana, queriendo ennoblecer la propia poesía la salpicaba de voces castellanas, para darle así un aire más heroico y elevado. Y este curioso fenómeno, estudiado por un eminente sabio catalán, Milá y Fontanals, sucedió por acatamiento necesario a toda superioridad que descuella y que atrae la imitación; por fuerza del encanto irresistible de un sentimiento artístico más elevado, y  no ciertamente por la presión centralizadora, que en todas partes descubren los catalanistas. El pueblo catalán siempre admiró y comprendió la materia poética castellana; notable es que en el mismo siglo XII copiase los cantos castellanos relativos al Cid de Vivar; que en el XVI recibiese los romances del famoso Campeador, y que aun hoy los repita con religiosa fidelidad, cuando ya los pueblos de castilla, menos tradicionalistas, los han olvidado completamente. Fruto de diez siglos de comunicación artística, el hermoso y abundante romancero catalán, recogido en toda su fidelidad bilingüe por Milá, o catalanizado artificialmente por Aguiló, encierra el voto unánime y entusiasta, salido del corazón y de la masa del Principado en reconocimiento fraternal de la grandeza del idioma y del ideal artístico de la nación entera; es un plebiscito contra el programa de Manresa.
                                              

            Claro es que al creciente acercamiento en la literatura corresponde otro en la lengua. Y efecto de tantos siglos de atracción, la castellanización del catalán es hoy profunda, íntima, radical. D. Pompeyo Fabra, a quien no se tachará ni de sospechoso ni de indocto, decía en el Ateneo barcelonés, con dolor de los apasionados, que no ven en esta  aproximación de las dos lenguas sino  una corrupción de la catalana: “El catalán se ha ido acercando al castellano, y se ha identificado de tal manera, que puede decirse que los catalanes no somos siquiera un pueblo bilingüe; usamos sencillamente una sola lengua con dos juegos de palabras. Si se trata de traducir un párrafo del castellano al catalán, no haremos sino traducirlo palabra por palabra, calcando las construcciones castellanas, y aun escogiendo las mismas palabras castellanas, más o menos bien catalanizadas. Si al revés se trata de traducir un párrafo del catalán al castellano, cambiaremos las palabras; todas las construcciones del catalán serán seguramente ya castellanas de suyo. Este catalán que habla la mayoría de los catalanes, el que escribe la mayoría de los que escriben catalán, no es una lengua independiente, sino un dialecto sometido a otro, y cuyo desarrollo depende del desarrollo del otro; un idioma en estado de inferioridad con respecto de otro”.


            Estas memorables palabras fueron pronunciadas para iniciar una loable campaña de purificación del catalán. Pero ocurre preguntar: ¿cuál es mayor injusticia?¿ Pedir a los catalanes que oficialmente se sirvan del idioma español, que tan metido en las entrañas llevan, o pretender que cada individuo quite tiempo y atención a sus quehaceres, para hacer estudios de purismo y violentos esfuerzos para descastellanizar lo que a la boca se le viene castellanizado? Creo que exigir a cada catalán que pierda el tiempo ensayándose en remedar a Muntaner y a Desclot, es desconocer que el lenguaje ha de mirarse como algo útil al servicio de un pueblo, y no a modo de lujo ruinoso e insoportable. El pueblo catalán, si quiere relacionarse con el mundo, lo consigue hablando, además de su idioma propio, otro de los que más difusión tiene en el globo, y esto lo facilita la circunstancia de que, contra lo que los exaltados creen, el catalán no es de índole opuesta al español, sino que vive compenetrado con él desde muy antiguo, y hoy está identificado con él. Podrán creerlo bajo la palabra irrecusable del Sr. Fabra.


            Los catalanistas más ensimismados pueden perfectamente conservar las cualidades superiores que les envanecen, sin dejar de ser bilingües; y así podrán fraguarse un ideal que cuadrará mejor con la noble manía de superioridad intelectual que les domina, proponiéndose, no ya hablar sólo catalán, que es bien poca cosa, sino, hablando catalán y español conquistar noblemente con su talento y esfuerzo la parte que les debe corresponder en la dirección de toda España, en bien de todos y sin exclusivismos caseros. Pero; aspiran, ciertamente con muy buena intención, a convertir a Cataluña en un hogar doméstico bien gobernado, pero de esos, que nos ha pintado un escritor famoso, influidos por las ideas mezquinas  de la señora inculta, que lo convierten, a la vez en un centro de abnegación para las cosas de puertas adentro, en un núcleo de egoísmo para las de afuera; quieren hacer el mismo papel de esa madre guiada sólo por el instinto de tal, y no por la razón y la idea del deber, que se desvela por el bienestar de su familia y se esfuerza en retraer al marido y a los hijos de toda participación en la obra social que a ella no le interesa, ni la entiende: “ellos no se deben sino a su hogar, porque cuando allí falte algo, no han de venir los de afuera a traer tranquilidad, el dinero o la salud que se perdió trabajando neciamente por los que no lo merecen o no lo necesitan”. De igual modo los catalanistas exaltados aspiran a encerrarse en su casa, para hacer feliz a la Cataluña que tanto aman, y por eso no quieren molestarse en hablar con la voz recia española, que es oída por 78 millones de seres humanos, y defienden ante todo su derecho de hablar sólo para sus convecinos!


            Por otra parte, no se cómo los redactores del reciente Mensaje brindan al rey con aureolas imperiales proponiendo que los catalanes hablen oficialmente el catalán, los vascos el vasco y los gallegos el gallego. ¿Ignoran que los asturianos, los bercianos, los alto-aragoneses hablan lenguas diferentes del español? Y es más; si les parece violente la supremacía política, y siempre un tanto artificial de un idioma sobre sus afines, no saben que ni todos los catalanes hablan lo mismo, ni todos los asturianos tampoco, y que entonces la subdivisión tendría que ser infinitesimal? El  estado español debe velar por la necesaria unidad, en lo que siempre anduvo más perezoso que violento. Baste decir que la declaración del español como obligatorio en los tribunales no se hizo sino a principios del siglo XVIII, y en la enseñanza hasta principios del XIX. Naciones más despiertas en su instinto de conservación y de fraternidad, nos precedieron algunos siglos; la declaración del francés como única lengua nacional se hizo en 1539; la Provenza envió también sus diputados para reclamar inútilmente ante francisco I, de lo que creían un trastorno y una injusticia, como hemos oído ya repetidas veces en nuestro Congreso, y como acaba de oír ahora el rey. Pero todo esto hace cuatro siglos se explicaba mejor. Los catalanistas pueden tachar de centralismo arbitrario el uso de la lengua española en Cataluña, pero es deber de los gobernantes el mantenerla y afirmarla, ya que tan firme arraigo tiene; y esto, mejor que con esfuerzos repentinos y acaso pasajeros, se debe procurar con previsiones atinadas y con la lentitud perseverante de la administración inteligente y de la instrucción pública, tarea todavía más propia de la vida de un monarca que del breve flujo y reflujo ministerial.


            No veo por qué  se han de alarmar los catalanistas. El Estado no es enemigo del habla catalana. El interés del Estado y el de las variedades lingüísticas es bien conciliable, a costa sólo de que varias regiones sean bilingües, fenómeno necesario para la vida de todos los países del mundo. Símbolo de la Cataluña moderna es el nombre de Aribau; él, excelente escritor castellano, es el autor del “A Deu siau”, canto del despertar del feliz renacimiento literario catalán. Y pruebe evidente de que los intereses del Estado en nada cohíben los intereses de la literatura catalana, es el hecho significativo de que el renacimiento de ésta en el siglo XIX coincide precisamente en  fecha con el decreto que declaró oficial en la enseñanza el idioma español.
            El Estado, lejos de buscar la muerte del catalán, debe promover su estudio, aunque no el estudio empírico y elemental de la escuela, que es innecesario y no se puede sumar con el preciso de la lengua nacional, sino el estudio más profundo y científico en la Universidad.. El docto catedrático barcelonés Sr. Rubió y Lluch, aprovechando la apertura del pasado curso académico, en  un discurso lleno de elocuentes párrafos sobre la fraternidad de las literaturas española y catalana, hacía votos por que pronto se realizase la aspiración formulada hace mucho por la autoridad superior de Menéndez Pelayo de que la lengua y la literatura catalana, como la galaico-portuguesa, lograran cátedras especiales para su estudio en Barcelona y Santiago. Éste voto creo que lo suscribirán cuantos deseen la perfección de nuestra enseñanza, y aun se podría pedir que no sólo se estudiaran en las regiones donde todavía se hablan esas lenguas, pues éstas son bastante importantes para que entren en el cuadro general de la filología romana, y en todas nuestras facultades de letras deben ser estudiadas, y pueden serlo, como no se pretenda el imposible de que todas se abarquen en conjunto por todos y cada uno de los profesores y alumnos.


            R. MENÉNDEZ  PIDAL


Acceso directo al periódico El Imparcial del 15 de diciembre de 1902, donde aparece este artículo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario