jueves, 30 de mayo de 2013

Juan Valera (1824-1905)


20 05 1955 Don Juan Valera, filósofo 1 por Juan Zaragüeta

20 05 1955 Don Juan Valera, filósofo 2 por Juan Zaragüeta




29 03 1989 Juan Valera por Julián Marías
30 07 1988 Valera y Rubén Darío por Julián Marías
15 02 1995 Negativismo y adulación por Julián Marías

Página del autor en la Biblioteca Cervantes


07 10 1980 Yo y circunstancias en don Juan Valera por Julián Marías

Ramón María del Valle-Inclán (1866-1936)

Se acaba de publicar, en dos gruesos volúmenes, la Obra Completa de don Ramón del Valle-Inclán, por primera vez, después de muchas dificultades. Al ver los larguísimos índices, he comprobado que, aparte de los artículos de prensa incluidos, había leído la mayor parte de estas obras. Fui lector entusiasta de Valle-Inclán desde mi primera juventud; tuve la fortuna de conocerlo en el Mediterráneo, a fines de julio de 1933. Valle-Inclán era director de la Academia Española de Bellas Artes de Roma; quiso volver a España con sus hijos, y fue a encontrar en Nápoles el buque de nuestro Crucero universitario, el "Ciudad de Cádiz". Viajó con nosotros de Nápoles a Palma de Mallorca, y de allí a Valencia; hacía su tertulia en la toldilla, y tuve ocasión de oír su ceceo ingenioso, malicioso, inventivo. Ramón Gómez de la Serna, escritor "químicamente puro", genial como Valle-Inclán, dijo de él que era "la mejor máscara a pie que cruzaba la calle de Alcalá". 

miércoles, 29 de mayo de 2013

Jacinto Octavio Picón (1852-1923)

Escritos en la Biblioteca Cervantes

20 06 1952 ABC Jacinto Octavio Picón por Federico Carlos Saínz de Robles

Benito Pérez Galdós (1843-1920)

Página del autor en la Biblioteca Cervantes

Galdós por Madariaga

La universalidad de Galdós por Madariaga

Anales galdosianos 1966-2002. Revista sobre la vida y la obra de Benito Pérez Galdós

Ramón Pérez de Ayala (1880-1962)

Obras y comentarios en Dialnet. Universidad de la Rioja

Ramón Pérez de Ayala en Mashpedia

05 08 1933 El Sol "El retablo del mar" en Londres



José María de Pereda (1833-1906)

Página del autor en la Biblioteca Cervantes

Emilia Pardo Bazán (1851-1921)

Página de la autora en la Biblioteca Cervantes

Armando Palacio Valdés (1853-1938)

Página del autor en la Biblioteca Cervantes

martes, 28 de mayo de 2013

José Antonio Muñoz Rojas (1909-2009)

Página del autor en la Biblioteca Cervantes


1941 Revista de estudios políticos Datos de la historia de las relaciones hispano-inglesas

09 10 2009 Centenario de José Antonio Muñoz Rojas por Gonzalo Anes

Gabriel Miró (1879-1930)

Artículo de Julián Marías: "Una biografía sosegada", sobre el libro, prologado por Marías: "Gabriel Miró en el recuerdo". Con un epistolario inédito de Miró. Heliodoro Carpintero. Universidad de Alicante (1983) 

Ficha del autor en la Biblioteca Cervantes

Marcelino Menéndez y Pelayo (1856-1912)

Acabo de hablar de don Marcelino Menéndez Pelayo en su Santander, en la Universidad Internacional que lleva su nombre. No está incluido en el admirable "espesor del presente" que caracteriza a la cultura española, que hace posible que autores muertos hace ya muchos años sigan plenamente vivos, sean leídos, no solamente estudiados, susciten admiración, repulsa, discusión.
Menéndez Pelayo no está presente. Nació en 1856, murió en 1912: una vida breve hasta en su tiempo, aprovechada con fantástica actividad. Creo que se explica esa ausencia de Menéndez Pelayo en el repertorio de aquello que pervive, con lo que, queramos o no, contamos siempre.



Francisco Giner de los Ríos (1839-1915)

Escritos en la Biblioteca Cervantes

Federico García Lorca (1898-1936)

Nos hemos acostumbrado, gracias a la longevidad actual, a celebrar los centenarios de los nacimientos cuando las personas recordadas están aún vivas o poco menos. En el caso de Federico García Lorca el centenario de su nacimiento en 1898 parece extrañamente lejano, ya que su temprana muerte en 1936 -a consecuencia de la doble criminalidad desatada durante la guerra civil lo relegó a la memoria hace tantos años.
Asistí a la mayor parte de la vida literaria de Lorca; lo conocí personalmente, en breves encuentros en la revista «Cruz y Raya», de la que fui colaborador a los veinte años, y en las actuaciones del grupo teatral La Barraca; asistí a las representaciones iniciales de algunas de sus obras teatrales. Tengo las primeras ediciones de algunos de sus libros: «Mariana Pineda» (en La Farsa, 1928), «Canciones» (1929), «Poema del cante jondo» (1931), «Canciones» (1930). . .


Angel Ganivet (1865-1898)

Escritos en la Biblioteca Cervantes

José Echegaray (1832-1916)

Escritos en la Biblioteca Cervantes

Rubén Darío (1867-1916)

Página del autor en la Biblioteca Cervantes

16 08 1979 Una primera imagen de la generación de 98
22 08 1979 La conquista de la herencia

03 07 1997 Los calificativos de la vida 

 Rubén Darío visto por Azorín por Jose Luis Cano

Joaquín Costa (1846-1911)

Escritos en la Biblioteca Cervantes

Luis Coloma (1851-1914)

Página del autor en la Biblioteca Cervantes

Clarín (1852-1901)

Portal de autor en la Biblioteca Cervantes


04 06 1952 ABC Los novelistas españoles y "Clarín" por Ramón Pérez de Ayala

09 02 1995 Dos hombres de la Restauración por Julián Marías

15 02 1995 Negativismo y adulación por Julián Marías


Emilio Castelar (1832-1899)

Emilio Castelar
El recuerdo del centenario de la muerte, en 1899, de Emilio Castelar, me ha hecho caer en la cuenta de haber sido bastante lector de sus escritos. Creo que son muy pocos los vivientes que han leído nada suyo; para la inmensa mayoría es simplemente un nombre borroso. Y, sin embargo, Castelar tuvo asombrosa popularidad, como nadie tiene ahora, ni puede tener; y no solo en España, sino también en Hispanoamérica y en casi toda Europa. Fue, sobre todo, orador, en una época en que la oratoria política era decisiva y se extendía en buena medida a los escritos, con tanta frecuencia impregnados de ella -piénsese en Víctor Hugo sobre todo-. No es casual que escribiese yo, hace medio siglo, el artículo dedicado a Castelar en el «Diccionario de Literatura Española» de la Revista de Occidente, con mayor información de la que puede encontrarse en voluminosas enciclopedias.
Por cierto, allí dejé una semblanza de su estilo literario, que no resisto a la tentación de citar: «Toda la prosa de Castelar es oratoria; su carácter primario es la elocuencia; su valor más alto, la musicalidad. Castelar usa el párrafo largo, larguísimo, con enumeraciones, reiteraciones, comparaciones, antítesis, que se hincha y retuerce armoniosamente, buscando más que otra cosa el cromatismo de las imágenes y la eufonía de las frases. En Castelar hay una última resonancia, amplificada y magnificada, del estilo romántico, y se anticipa en él uno de los elementos que constituirán el de Rubén Darío».
Fue Castelar un escritor torrencial, que dejó millares de páginas de historia, política, crónicas, novelas interminables. Casi todo olvidado hace muchos años. Yo lo leí en mi primera juventud por mi relación con mi padre, nacido en 1870 -de la generación del 98-, con quien hablé largamente de muchas cosas, que me transfirió una extraña familiaridad con el siglo XIX. Tenía muy vivas admiraciones: escritores tan interesantes como José de Castro y Serrano -tan mal tratado por Clarín, de quien algún día escribiré- o Mariano Pardo de Figueroa («El Dr. Thebussem»), José López Silva, aparte de Valera, Alarcón, Galdós, Zorrilla.


Sobre el peligro y la seguridad por Julián Marías

Gran recopilación de textos, como homenaje al autor en sus funerales. En periódicos de todo el mundo.


Escritos en la Biblioteca virtual Miguel de Cervantes

lunes, 27 de mayo de 2013

José Manuel Blecua (1913-2003)

De nadie se puede decir con plenitud cómo es, porque la realidad humana desborda de todas sus percepciones e interpretaciones; solamente la imaginación ayuda, cuando va acompañada de la efusión propia de la amistad, o el amor. Sin embargo, en condiciones afortunadas, se puede saber quién es otra persona, aunque ese saber no agote nunca su íntegra realidad: no la conocemos entera, pero ciertamente a ella misma.
A lo largo de tantos años, cerca de medio siglo, hay algo de lo que nunca he acabado de consolarme: no haber podido gozar del trato frecuente, acaso cotidiano, con mi amigo José Manuel Blecua. He vivido desde mi niñez habitualmente en Madrid. Blecua vivió muchos años en Zaragoza, luego en Barcelona. Nos hemos visto ocasionalmente en estas tres ciudades, alguna vez en Soria o en Columbus, Ohio. Es decir, de tarde en tarde; y hay que añadir que su sordera, cada vez más completa, ha sido siempre un obstáculo para la conversación. ¡Qué desastre! Porque Blecua ha nacido para ella, es un conversador ávido, inagotable, magistral. Por eso, entre otras cosas, es un genio de la amistad. Lo es tanto que esta condición emerge triunfante a pesar de todo: la ausencia, la distancia, la dificultad de la palabra.

Rafael Altamira (1866-1951)



Historia de España y de la Civilización Española

Pagina dedicada al autor en la Biblioteca virtual Miguel de Cervantes

25 11 1956 Menéndez Pelayo y Rafael Altamira

Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928)

Página en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

viernes, 10 de mayo de 2013

Gerardo Diego (1896-1987)

La longevidad frecuente en nuestro tiempo está alterando el sentido de los centenarios de nacimientos. Solían ser la conmemoración de algo lejano, una mirada hacia un pasado que se iba desvaneciendo en el olvido. Ahora están en muchos casos cerca de la muerte de quien se recuerda, y en algunos casos antes de ésta. Fue lo que sucedió con Manuel Gómez Moreno, Vicente García de Diego, y a falta de cuatro meses Ramón Menéndez Pidal.
Ahora hace un siglo que nació en Santander Gerardo Diego. Pero vivió hasta hace solamente nueve años, en 1987; me enteré de su muerte volando hacia su ciudad natal. Había sido tan próximo, y durante tantos años, que me cuesta un esfuerzo pensar en su centenario. Y hay una razón más para esta extrañeza: era, fue siempre, un "joven poeta" de ese grupo que se llama "del 27", que ha conservado esa figura y en cierta medida esa actitud.


miércoles, 13 de marzo de 2013

Pedro Salinas (1891-1951)

Se han cumplido cincuenta años de la muerte en Boston de Pedro Salinas, un día azul y soleado, "bueno para vivir", dije entonces, después de asistir a su misma muerte. Tenía sesenta años; lo había leído desde mi primera juventud; era profesor de Literatura en la Facultad de Madrid donde yo estudié desde 1931 a 1936. Lo traté muy de cerca el 1934 en la Universidad Internacional de Verano de Santander, de la que fue secretario general. En 1936 se trasladó a los Estados Unidos, como profesor de Wellesley College -donde yo había de enseñar de 1951 a 1952-, luego en la Universidad Johns Hopkins, y también en su amado Puerto Rico. Volví a verlo desde que llegué a los Estados Unidos hasta su muerte. Estaba ya muy enfermo, con una tremenda nostalgia de España, a la que nunca volvió, creo que en gran parte por diversas presiones sociales y amistosas. Pedro Salinas escribió espléndidos estudios sobre Jorge Manrique, Bécquer y la Literatura española del siglo XX. Excelente prosista ("Víspera del gozo", "El Defensor", libro de ensayos cuya edición española prologué) y sobre todo poeta. Para mi gusto, el más hondo de su tiempo. Como Guillén, no pertenecía estrictamente a la generación llamada "del 27", aunque formó "constelación" con ella -forjé hace largo tiempo este concepto precisamente para explicar su caso-. La obra poética de Salinas tiene notable continuidad desde "Seguro azar" hasta "Razón de amor". Después, ya fuera de España, se prolongó en varias direcciones y cultivó otros géneros: narrativos, ensayos, incluso teatrales. Creo que su libro capital, publicado en 1934, es "La voz a ti debida". El título viene de Garcilaso: "Que con la lengua muerta y fría en la boca / he de mover la voz a ti debida". Es un gran poema de amor; si no me equivoco, el que mejor ha expresado su sentido en el primer tercio del siglo XX; creo que conserva su vigencia todavía, al menos entre los que han mantenido el sentido del amor, distinto de tantas cosas con las que se confunde y que lo oscurecen. Tengo comprobaciones de este hecho, que me parece importante y esperanzador.
Salinas no habla de la mujer amada, sino a ella; es una lírica del vocativo; se trata de un amor "compartido", sea o no correspondido; la amada es próxima, siempre amiga, vivida en su concreción, rodeada de todo lo que está en torno suyo, que queda en cierto modo salvado y glorificado.
Esa visión cercana es reiterativa, constante, supone un "trato", convivencia; es algo progresivo, que tiene argumento. La amada es vivida como persona; el poema es un decirse a sí mismo con ella. La gran innovación de Salinas, a diferencia de la realización del decir amoroso en otras épocas. La amada, por serlo, es única, no la de todos, la que se ve; el amor descubre su secreto, el quién que verdaderamente es.
En este escorzo aparece, con extremada originalidad, la corporeidad de la amada, su belleza, con referencias precisas a su mundo, a sus actos, a los objetos que usa y la rodean. Quizá por vez primera la poesía da una visión "circunstancial" de la mujer amada. El amor, en la obra de Salinas, significa una transfiguración de la amada y del mundo, conservando una extraña presencia de sus formas, contenidos, actos. En este sentido me parece un altísimo grado de innovación, que sería un error pasar por alto.
Tengo la impresión de que la obra de Salinas ha quedado relativamente desvanecida en la perspectiva actual de nuestra Literatura. Su obra es muy extensa y diversa, admirable en varios sentidos, pero que pertenece a otros tantos contextos, lo cual puede hacer perder la visión de conjunto. Hay autores capaces de crear una obra maestra, a veces oscurecida por el conjunto. Otros, en todas las artes, son incapaces de una obra maestra; su genialidad se difunde en el conjunto de múltiples obras. Insisto en "La voz a ti debida", porque fue la cima de su producción. Todo lo anterior y todo lo posterior queda por debajo de ese momento fulgurante. Es posible que esto se deba a la vida misma de Salinas, al sentido de cada una de las fases biográficas. En todo caso, sin olvidar el conjunto de su obra, pienso que hay que leerla desde ese libro. Si se lo comprende, si se ve lo que él llegó a ver, vivir, expresar, se posee una luz que se vierte sobre el conjunto de lo que antes y después hizo.
Las vidas de muchos españoles de nuestro tiempo han quedado afectadas por nuestra historia. Ha habido en ésta momentos atroces, tentaciones incontables, largas consecuencias que han condicionado nuestras vidas. Cada uno ha reaccionado a su manera a esas situaciones, las ha comprendido de una forma o de otra, las ha superado o no, ha seguido viviendo, en algunos casos creando, en esas diversas circunstancias. En la medida en que esto se conoce, se puede explicar y comprender la significación de un siglo. Salinas era un hombre alegre, lleno de vitalidad, ingenioso. No puedo olvidar la tristeza de los tres últimos meses de su vida, cuando volví a verlo. Ciertamente tenía una grave enfermedad final, estaba aquejado de dolores; pero no era eso solo. Había algo más hondo, esa tremenda nostalgia de España y de todo lo español, de lo que estaba privado desde 1936. He recordado muchas veces que el exilio de los intelectuales y escritores españoles se produjo en su mayor parte al empezar la guerra civil, en 1936; en 1939, como resultado del desenlace de la guerra, hubo otro exilio; ambos se confundieron después por diversos motivos y se borró la profunda distinción. Salinas no fue un exiliado: marchó a América a ser profesor, invitado antes de que empezara la guerra civil. El hecho de no volver nunca gravitó sobre él desde entonces. Sería una injusticia más, irreparable, que España lo perdiera ahora. En la medida en que los grandes creadores representan la evidencia de un pueblo, no se puede entender a éste sin ellos. Leer a Salinas, asimilarlo, enriquecerse con él, puede ser una reparación de una injusticia histórica; y para los españoles, tomar posesión de algo espléndido que les pertenece.
12 12 2001 Pedro Salinas por Julián Marías

16 11 1951 "El defensor" 1 Azorín
16 11 1951 "El defensor 2

20 05 1984 Medio siglo de "La voz a ti debida" por Julián Marías
26 02 1984 Dos astros de la constelación por Julián Marías
11 10 1991 Pedro Salinas por Julián Marías

lunes, 11 de marzo de 2013

Antonio Machado (1875-1939)

"Machado se acerca a las cosas y apenas las toca. No las viste, no las recubre de recursos retóricos; simplemente, nos las señala, con un gesto tímido y sorprendido, que subraya su emoción o su belleza. Es poca cosa, pero esencial: porque ese gesto mínimo e indeciso, apenas esbozado, hace entrar a la cosa en el área de la vida del poeta -y por contagio simpático en la nuestra- y le deja dar sus más propias reverberaciones, la carga de alusiones a posibles actos vitales. Apenas insinuados, que les confieren una densa virtualidad poética. Las cosas están "presentes" en la poesía de machado, pero no como meras cosas, sino como realidades vividas, cubiertas por una pátina humana, como la "verdinosa piedra" de sus fuentes o de sus viejos bancos de las plazas. De ahí que el poeta, gracias a su misma sobriedad, no le dé todo hecho al lector, no le dé una interpretación conclusa y sólo suya de los objetos poéticos, sino que se limita a ponerlos en el escorzo más favorable, y es el lector el que, llevado de su mano, "realiza" su propia interpretación poética de unos objetos que conservan así perenne frescura y un trasfondo de intactas posibilidades.




Artículos de Antonio Machado en La Vanguardia de Barcelona entre julio de 1937 y enero de 1939
03 03 1989 Los hermanos Machado por Julián Marías
18 03 1989 Antonio Machado y los lectores por Julián Marías
25 08 1989 Antonio Machado en tradición oral
06 04 1990 Una biografía de Antonio Machado por Julián Marías


domingo, 10 de marzo de 2013

Rafael Lapesa (1908-2001)

En esta época de conmemoraciones de figuras más o menos ilustres, de estadísticas y encuestas tantas veces engañosas, parece aconsejable no olvidar a los vivientes con los que se puede contar y que acaso constituyen parte esencial de nuestros recursos. Dentro de pocas semanas cumplirán noventa años Rafael Lapesa y Pedro Laín Entralgo.
La prolongación de la vida, y de la actividad, y de la lucidez, es uno de los grandes avances verdaderos de nuestro tiempo. A veces digo: el que no tiene ochenta años es porque tiene noventa. Probablemente el grupo intelectual más fecundo de España es el conjunto de los miembros del Colegio Libre de Eméritos, del que son activísimos Lapesa y Laín.
A ambos se les deben obras memorables, que están ahí, a nuestra disposición, que nos orientan y enriquecen. A Lapesa, la más extraordinaria «Historia de la Lengua Española», además una serie interminable de estudios lingüísticos y literarios. Ha sido maestro de tantos continuadores que representan la madurez de sus disciplinas.

Dámaso Alonso (1898- 1990)

09 12 1947 Fielding y Cervantes Luis Calvo "Julián Marías" y su"Introducción a la filosofía"


14 03 1959 ABC Un portento de la naturaleza: el nuevo libro de Don Ramón
21 12 1960 ABC El códice de todos los españoles

18 09 1980 Ética descendente en Quevedo

17 06 1984 Dámaso Alonso por Julián Marías

02 05 1986 Dámaso Alonso en ocho volúmenes por Julian Marías


26 01 1990 El más erudito de los poetas por Martín de Riquer

26 01 1990 Dámaso Alonso por L Carreter
26 01 1990 Poeta ante Dios por Luis Rosales
26 01 1990 Un poeta aquí y ahora por Carlos Bousoño
26 01 1990 La grandeza de lo cotidiano por Manuel Alvar
26 01 1990 Un virtuoso del estilo 1 por Rafael Lapesa
26 01 1990 Un virtuoso del estilo 2 por Rafael Lapesa
26 01 1990 Universidad y diálogo por Julián Marías
26 01 1990 Un lujo de este segundo Siglo de Oro por Gallego Morell
26 01 1990 Un joven de prematura madurez por Rafael Alberti
26 01 1990 Su casa era un refugio por Emilio Alarcos
26 01 1990 Testimonios a su muerte
26 01 1990 Testimonios a su muerte 2
08 07 1993 Dámaso Alonso completo por Julián Marías

Julián Gállego (1919- 2006)



Artículos en la revista Cuenta y Razón

Los ojos de Picasso nº 4 . Sólo en formato doc.

12 11 1987 Alvaro Delgado



23 01 1990 Apoteosis sobre Velázquez

miércoles, 6 de marzo de 2013

martes, 5 de marzo de 2013

Ramón Gómez de la Serna (1888-1963)

22 02 1988 Ramón y el destello por Julián Marías
01 03 1988 La génesis de  la novela en Ramón Gómez de la Serna por Julián Marías




Gregorio Marañón (1887-1960)

06 08 1933 El Sol La homeopatía y la medicina moderna II
13 08 1933 El Sol Alma y paisaje




1946 Revista de estudios políticos nº 27-28 Ruiseñores en el mar


05 02 1952 ABC La pasión sobre Ferrán 1
05 02 1952 ABC La pasión sobre Ferrán 2
07 05 1952 ABC El claro maestro 1  Ramón y Cajal
07 05 1952 ABC El claro maestro 2
27 01 1953 ABC La enseñanza en el mundo actual
18 04 1954 ABC La magia de las tinieblas
01 08 1954 ABC Cartas, humanismo, transigencia 1, sobre Menéndez Pelayo
01 08 1954 ABC Cartas, humanismo, transigencia 2, sobre Menéndez Pelayo
19 10 1955 ABC Universidad y retórica en Ortega
11 12 1956 ABC Reseña de "Los tres Vélez"  por Melchor Fernández Almagro
08 05 1957 ABC Marañón, Toledo y El Greco  por Víctor de la Serna
22 11 1957 ABC El doctor Marañón y su magisterio
10 04 1958 ABC Sobre Marañón 1
10 04 1958 ABC Sobre Marañón 2
02 07 1958 ABC Benigno Vega y Huntthington
13 03 1959 ABC El magisterio de Don Ramón
29 03 1960 ABC En la muerte de Marañón 1 M. Pidal, R. P. de Ayala, Azorín
29 03 1960 ABC En la muerte de Marañón 2 Pemán, S Cantón, Jiménez Díaz
29 03 1960 ABC En la muerte de Marañón 3 F. Almagro



Textos de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes


17 05 1987 Homenaje a Marañon en el suplemento Los Domingos de ABC
17 05 1987 Marañón y Estados Unidos por Severo Ochoa
17 05 1987 Marañón: su magnitud social 1 por Julián Marías
17 05 1987 Marañón: su magnitud social 2
17 05 1987 Marañón: el médico por Santiago Grisolía
17 05 1987 Marañón: una gran presencia por Ramón Serrano Suñer
17 05 1987 Marañón: el historiador por José M. Cuenca Toribio
17 05 1987 Marañón: su actualidad 1 por Juan Rof Carballo
17 05 1987 Marañón: su actualidad 2
17 05 1987 Marañón por Azorín y P de Ayala

05 12 1987 El elemento novelesco en la obra de Marañón por Julián Marías
Cuenta y Razón nº 28 Marañón y la España del siglo XVII por Julián Marías

Rosa Chacel (1898-1994)

Conoci a Rosa Chacel en Buenos Aires, en 1952. Desde entonces hasta hoy he escrito sobre ella muchas veces, con distintos motivos, desde diferentes perspectivas, con la misma admiración. Si tuviera que dar una «definición» de ella, diría:una niña precoz de Valladolid casi centenaria.
En 1969, al presentar su extraordinaria novela «La Sinrazón», comenté la sorpresa de que fuera casi desconocida en España. Intenté explicarlo recordando la perspicaz afirmación de Dilthey:«La vida es una misteriosa trama de azar, destino y carácter». Los tres factores habían intervenido en la realidad y la imagen de Rosa Chacel.
La definición de ella que propongo debe tomarse al pie de la letra. Fue una niña de extraña precocidad, inteligente, observadora, perspicaz, «lechucita». No fue a la escuela ni a ningún colegio, sino que estuvo en casa, educada por sus padres. Todo eso en Valladolid, donde se nutrió de la vida de provincia y de la lengua española en estado de esmero y pureza, lo que fue su gran tesoro, la clave de su literatura. Y llegó casi al siglo sin cambiar demasiado, como una niña voluntariosa y malcriada, arbitraria, llena de caprichos, con esa mirada implacable de los niños inteligentes y madurados antes de tiempo.
Por eso, su mejor libro, el más interesante de cuantos escribió, es «Desde el amanecer», la historia de sus primeros diez años de Valladolid, antes de que su familia se trasladara a Madrid. Creo que en ese libro es donde se la encuentra, donde fue más fiel a sí misma.
Rosa Chacel fue una escritora lenta, lentísima; por eso había escrito muy poco cuando sobrevino la guerra civil y con ella las grandes perturbaciones nacionales y personales, las largas residencias fuera de España, en Francia, el Brasil, la Argentina, Nueva York, los regresos a España, transitorios primero, definitivos después. En los últimos años se «aceleró» como escritora, por presiones y solicitudes, acaso por ampliar una obra más bien escasa para tan larga vida. Acaso fueron tentaciones a las que en ocasiones cedió. No hablemos del riesgo que corren casi todos los autores muertos, de que se convierta en «obra» suya todo papel que se puede encontrar.
Rosa Chacel ha sido una escritora admirable, y lo que es más, insustituible. Quiero decir que no tenía equivalente, que no era «uno más» de los autores de su generación -y no solo, ni primariamente, por ser mujer, aunque esto también es decisivo-. Su lengua es de extremada calidad; esto era exigido cuando empezó a escribir, pero nunca renunció a ello, incluso cuando hubo licencia para maltratar y aun mancillar la lengua, e incluso se consideró un mérito. Por eso su prosa tuvo siempre singular perfección, tal vez excesiva para el gusto dominante en varias fases, lo que explica el desvío con que fue acogida su literatura en su inicial vuelta a España. Sus versos, más copiosos de lo que se cree, eran también de rara perfección, más perfección que poesía, como podría decirse de los -sin duda espléndidos- de Borges.
Tenía, algo a contrapelo de su generación, vocación de narradora. Lo primero que escribí sobre ella se titulaba «Camino hacia la novela»; la veía con ese destino inevitable, y así fue. Esto la obligó a poner en juego la imaginación, «la facultad más sustancial» según Unamuno, a quien siempre admiró, como a Ortega, Juan Ramón Jiménez, Ramón Gómez de la Serna -buenas compañías.
Esa imaginación concentrada, minuciosa, refrenada, podríamos decir, la hizo evitar todo «realismo» -he dicho que los realistas engañan a la realidad con las cosas- y recoger, a su modo, la herencia de la novela de Unamuno, tan innovadora; unido esto al magisterio intelectual de Ortega, de quien procedían los instrumentos para su rigor.
La idea orteguiana de la novela como género «moroso» sirvió de acicate, y acaso justificación, de su propia propensión. No solo en su novela, probablemente demasiado larga y largamente elaborada, «La Sinrazón», o en «Teresa», inspirada en la biografía de Teresa Mancha, sino también en las breves, como «Memorias de Leticia Valle» o hasta los cuentos.
Esa imaginación la llevó a inventar personajes, en ocasiones traslaciones literarias de personas reales y conocidas, pero siempre transfiguradas, que no podían -o en todo caso no debían- reconocerse. Y algo más, que me pareció desde el comienzo un rasgo original y valioso de su imaginación: la capacidad de trasladarse al punto de vista de los animales, de convertirse provisionalmente en animal y «ver» lo real desde esa perspectiva.
Olvidamos demasiado que somos animales. He insistido siempre en la radical distinción de la persona, irreductible a toda otra forma de realidad, que es lo que se está intentando hacer, ya desde el siglo XVIII, desaforadamente en los últimos decenios; pero defino al hombre como «el animal que tiene una vida humana»; es decir, no olvido la animalidad, transformada de manera radical por la vida humana, por la fabulosa irrealidad que introduce la condición personal. Por eso admiro las «incursiones» de la persona Rosa Chacel en el «subsuelo» animal, que es precisamente lo que sólo puede hacerse desde la vida humana.
Desde el punto de vista estrictamente intelectual, desde el ámbito de las«ideas», de las «opiniones», se podría definir a Rosa Chacel como una curiosa combinación de agudeza y arbitrariedad. Era enormemente perspicaz; miraba con atención las cosas, descubría en ellas aspectos nuevos, vetas recónditas; no sentía demasiado la necesidad de justificar lo que decía, porque su vocación no era propiamente «teórica». No era posible estar siempre de acuerdo con ella, pero convenía tenerla en cuenta, porque lo que veía era enriquecedor.
Mi amistad con Rosa duró cuarenta y dos años; a ella se incorporó Lolita en los muchos años de España. En la mayor parte de ese tiempo solía venir a nuestra casa los domingos, y las conversaciones, a veces con sus hijos, con algunos de los nuestros, con amigos comunes, eran interminables. Creo que a todos nos enriquecieron, y tengo nostalgia de ellas.
Tengo mucha estimación por las cosas que «pasan» sin dejar más huella que la que se deposita en nuestras vidas, sin ninguna fijación mecánica, que suele falsearlas. He hablado incontables horas con Ortega, sin que se me haya ocurrido nunca tomar ni una nota de lo que llamó una vez, con frase de Schlegel, «unendliches Gespräch», diálogo infinito. Hay cosas, acaso las más valiosas, destinadas a «pasar», es decir, a acontecer. Eso es nuestra vida.
22 10 1994 Rosa Chacel (1898-1998) por Julián Marías

Artículos en La Vanguardia

07 09 1978 Pasar y quedar
14 10 1978 La hijita del parking



En sus 90 años:

20 11 1987 Rosa Chacel: la memoria como invención por Julián Marías
03 06 1988 Monólogo a los noventa años por Julián Marías
03 06 1988 Una conciencia puesta en pie hasta el fin  por Gimferrer
03 06 1988 Rosa Chacel, noventa años
28 07 1994 El heroico triunfar de lo desconocido
28 07 1994 En la muerte de Rosa Chacel
18 07 1994 La lucidez por Julián Marías

22 10 1994 Rosa Chacel (1898-1998) 

Artículos en la revista Cuenta y Razón

Toda su obra en Dialnet. Universidad de la Rioja

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